Menos mal que con los rifles no se matan las palabras

jueves, 11 de noviembre de 2010

Pequeño resumen de la segunda parte

El hecho más relevante de la segunda parte es, sin duda, Lulú.
Julio Aracil, con quien Hurtado ha intimado bastante durante las horas de interno en el hospital, frecuenta a una familia huérfana de padre y se las arregla con la hermana mayor, Niní. Su madre, Leonarda una viuda pensionista, nostálgica de sus épocas de grandeza y su hermana perqueña Lulú eran su única familia. Con intención de arreglar a Andrés con Lulú, Aracil le presenta a Hurtado la familia que él llama "las Minglanillas". Lulú es una chica graciosa aunque no hermosa, y Hurtado siente simpatía por ella. Un día de esos se celebra un baile en casa de las Minglanillas, y Andrés aprovecha para hablar con Lulú. Resulta ser una chica de carácter fuerte y soñador, sin pelos en la lengua que maduró demasiado deprisa como para conservar la inocencia de una muchacha. Se hacen muy amigos.
Cuando termina el baile, salen a juerguear todos los hombres de la fiesta y van primero a casa de Virgina Garía, una arpía que vende a las muchachas hermosas y que se aprovecha de las chicas que se han quedado embarazadas sin desearlo.
Luego van a casa de Villasús, un autor de dramas y comedias en verso detestables con dos hijas que, a pesar de no tener ningún don artístico, se empeña en ponerlas en escena. Allí los muchachos cuentan chistes verdes y se ríen del poeta representando escenas estúpidas. Andrés, indignado, se mete con uno de ellos y termina marchándose.
Durante los siguientes días, Andrés intimó con Lulú, ya que le parecía una chica simpática que siempre tenía conversación y era de presencia agradable. Aún así, de vez en cuando la asaltaban repentinos silencios que podían durar horas debido a ideas y pensamientos neuróticos que pasaban por su cabeza.
De pequeña Lulú era muy desigual. Tan pronto estaba muy activa como no podía ni levantarse de la silla. Quizás era lo que hoy en día llamaríamos bipolar, aunque al crecer y madurar sus desigualdades se fueron rebajando.

Lulú frecuentaba la casa de la planchadora de la vecindad, doña Venancia, y se hacían mutuos favores. Vivía la señora con su hija y su yerno, Manolo el "Chafandín", un vago de mucho cuidado que se aprovechaba de lo poco que ganaba Venancia. Su hija, una borracha maleducada, tampoco contribuía demasiado a la situación.
Un día Lulú sintió el espíritu justiciero al ver que la hija atropellaba a la madre, y se metió con ella, de manera que hizo que su marido se enfadase. Así pues, el Chafandín se presentó en la casa de las Mingandillas para reñir con Lulú, pero estaban allí Aracil y Hurtado y, amenazándolo con una silla, Andrés le echó.

Después de este incidente, Lulú llevó a Andrés a casa de Venancia para que se conocieran, y la planchadora les explicó su antigua vida, cuando servía en casa señoriales. Tenía una teoría curiosa; creía que los hombres y mujeres de posición más elevada que ella eran mejores, que merecían más respeto y que eran como una especie de divinidad. Los aristócratas tenían derecho a todo; el adulterio, el vicio, todo tenía perdón si eran de clase alta, mientras que cualquier pecado en una persona de condición baja le parecía detestable.

En el vecindario también estaba la Negra, una mujer borracha que insultaba a las autoridades en su estado de ebriedad, Doña Pitiusa que inventaba historias desgraciadas para pedir caridad, Don Cleto, que se consideraba feliz con un trozo de pan y unos cigarrillos y el Maestrín, que decía que mataría para conservar su honra si fuera necesario.
Toda la vecindad pagaba su contribución a el tío Miserias, el prestamista de la vecindad, que siempre vestía de luto y no perdonaba a nadie. Se pasaba el día entero sin hacer nada en la trastienda de su establecimiento y se retiraba cuando anochecía.

Así pues, visto el panorama de la vecindad de Lulú, Andrés siente la impetuosa necesidad de comentar filosóficamente sus vivencias con alguien, por lo que va a hablar con su tío Iturrioz, y mantienen una conversación sobre la vida y la búsqueda de su significado.

Tuve que leer dos veces más la conversación de Andrés con su tío debido a la densidad de los argumentos que le da Iturrioz a Hurtado para que deje de preocuparse tanto por el porqué y el como de las cosas. Llegué a un punto en el que Iturrioz casi me convenció de que lo único que se podía hacer para mejorar las cosas era no hacer nada, dedicarse a ser un mero observador. A mí, que siempre voy de aquí para allí para intentar hacer que el mundo sea un poquitín mejor. Sé que mis actos no tienen repercusión en la gran sociedad, aún así, me siento más llena, más viva, cuando hago alguna cosa y alguien me lo agradece de corazón.

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